—Tú le convencerás, mamita. — Pero si es que ya traté de hacerlo, hija mÃa, y se enfadó muchÃsimo. Aduce, y tiene razón, que eres nuestra única hija, que desea verte en casa siempre que regresa de la clÃnica, que eres como un sedante para su fatiga...
Esther se estremeció. Era una muchacha esbelta, no muy alta, de breve talle y espigada figura. Contaba la bonita edad de dieciocho años y sus padres nunca le permitieron salir de Madrid para veranear con la abuelita Rosa, en un pueblo costero de Asturias. Y Esther deseaba, como nada habÃa deseado en la vida, poder escribir a la abuelita y decirle: «Espérame a últimos de junio». Y estaban a primeros de mayo. Era preciso convencer al doctor Vega y para ello habÃa de poner la primera piedra la madre, lo cual no parecÃa probable en aquel instante.