Era una preciosidad de muchacha. Joven, exuberante, mórbida de carnes, la piel fresca y tersa y una boca deleitosa, asà como unos ojos divinos.
Keith, que creÃa conocerla, sabÃa que en aquel momento, como en tantos otros, se estaba haciendo desear. Su aspecto sexy denotaba a la mujer siempre dispuesta a complacerse a sà misma y al marido.
Keith se preguntaba si Muriel le habrÃa sido infiel en alguna ocasión. CreÃa que no.
Cuando se casó con ella, Muriel era virgen. La cortejó poco tiempo y no tuvo ocasión de desvirgarla antes de casarse. Y no por falta de ganas, sino porque Muriel tenÃa su modo de pensar y no estaba dispuesta a entregarse antes del matrimonio, lo cual le obligó a adelantar la boda.