—Señor —susurró a media voz—. Esto…
Japp lanzó una breve mirada sobre “aquello”. Primero, vio un montón de trapos húmedos. Después, unos pies pequeños; luego, una cabeza rubia. Se dirÃa que lo esperaba, mas no era asà en realidad. Sus ojos apenas si se movieron dentro de las órbitas.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó indiferente.
—De las rocas. Estaba entre dos piedras enormes de cara a la arena. Es una mujer, señor.
Japp ya lo sabÃa. Aquel pelo y aquellos piesÂ…
—¿Vive? —preguntó con la misma simplicidad.
—Le hice… la respiración artificial. Vive, señor.
—No necesitamos una mujer, Iván —gruñó—. ¿Por qué no la has dejado entre las rocas?