—No te detengas, Barb —gritó el padre—. Lo que estás diciendo es muy grave. Tan grave, que te llevarán a la cárcel. —Papá… —Y esta vez no podré sacarte de allÃ, hija mÃa —gritó desesperadamente—. ¿Te das cuenta de lo que dices? ¡Matar a un hombre! ¿Estás segura de que lo has matado? —Papá… —Di; deja de llorar. ¿Estás segura? —¡OhÂ…! ¡OhÂ…! ¡OhÂ…! —Bárbara —susurró la dama, sentándose a su lado y atrayéndola hacia s×, piensa un poco. ¿Estás segura? ¿Qué has hecho tú? ¿Dónde está la persona que has matado? ¿Adónde la llevaron? Y si la has matado, ¿cómo es que estás tú aquÃ, que no te han detenido? —EsÂ… esÂ… capé. —¡Cristo! —gritó el padre. —¡Santo Dios, hija! —se lamentó la madre, horrorizada.