Era una muchacha larguirucha. No era bella. Sólo un poco atractiva. Se dirÃa que aún estaba sin formar debidamente. Apenas si tenÃa formas. Su pelo era rojo y sus ojos verdes. Era lo único hermoso de aquella muchacha. Aquellos ojazos grandes, insondables, que unas veces parecÃan grises y otras verdes, y algunas, como en aquel instante, casi negros. Además tenÃa una boca grande, y bajo ella unos dientes nÃtidos e iguales. Pero vista asÃ, entre las demás, apenas si destacaba.
—Creo que no volveré nunca, Paula —siguió Max—. Será mejor que me olvides.
Era cruel. Aquellas palabras, para Paula, eran como si le desgarraran las entrañas.
—Ni tú eres rica, ni yo tampoco. Pero tú aún tienes la esperanza de tu abuela. Yo no tengo nada.