«No volveré», pensó. «No volveré nunca más». Miró hacia atrás y bruscamente echó a andar calle abajo. Ana MarÃa ya sabÃa lo que le esperaba en casa, pero aun asà apresuró el paso. Necesitaba llegar pronto. Llevaba apretado en la mano un panecillo muy chiquitÃn, seis duros, un caramelo para PaquÃn y dos pesetas de uvas para Paulita. Fue lo que ganó durante el dÃa, además de la comida. Sintió humedad en las sienes y con ademán automático llevó la mano a ellas. De todos modos la humedad persistÃa. Sintió frÃo, se estremeció y arrebujándose en la gabardina, caminó aprisa. Avanzó por los charcos, dobló aquella principesca calle, se perdió en un barrio y fue internándose más y más hacia una calle solitaria, húmeda, bordeada de casitas bajas, muy mÃseras.