En la puerta del club, los dos hombres se despidieron. Eran las dos de la tarde. MÃster Mac Dowall apretó la mano que el doctor Mills le alargaba, se la oprimió con fuerza, y con aquella su sonrisa de hombre satisfecho de la vida, repitió por tercera vez:
—Recuerde, doctor Mills. Le esperamos hoy a comer.
—Haré todo lo posible por asistir, mÃster Mac Dowall. Ya sabe usted que no siempre dependo de mÃ. El doctor Ashley está de dÃa en dÃa más acabado, y sus clientes aumentan cada vez más mi trabajo.