La almohada sola. La cabeza de Rafa hacÃa una compañÃa enorme y su cuerpo y sus besos y caricias. Rafael resultaba demasiado posesivo. Pero a ella le gustaba que lo fuera.
También le gustaba pensar en sà misma.
¡Quién iba a decirle que Kico Entrialgo iba a estar allà destinado de notario…!
HabÃa casualidades molestas.
No por ella, claro.
Por el pasado y por Kico mismo.
Ella no tenÃa la culpa de nada. Es decir, sólo de haberse equivocado.