Me di cuenta, como tantas veces me la habÃa dado, de que no era buena. De que me habÃa propuesto conquistar a Arturo de la forma que fuera, y ello, aunque parezca extraño, me producÃa una Ãntima vergüenza.
Pero también sabÃa que pasara lo que pasara y cayera quien cayera, mi decisión era firme. Y si lo era, me decÃa para consolarme y quizá disculparme, que consideraba que a Salomé no iba a hacerle demasiado daño y en cambio, aparte vanidad, creÃa que a Arturo le harÃa un gran bien.