Chus observó que el esposo fruncÃa el ceño.
Era un hombre paciente, sin duda.
Pero todo tiene un lÃmite.
Y Chus cada noche esperaba que el marido estallase, si bien nunca lo hacÃa, pues todo lo más regañaba con, voz suave, apuntaba los pros y los contras, pero al final la esposa se marchaba perfumada y enjoyada y con el bolso lleno de billetes.
—Te lo digo por última vez, Inés, es demasiado. Las cosas no están para tomarlas a broma. Lo que tú gastas en el juego es un despilfarro considerable e increÃble. No entiendo, además, cómo te puede divertir una cosa asÃ.