—¿Y qué dices? Pero toma el café —añadió, amable—. No permitas que se enfrÃe.
Ella tomó un sorbo. Daniel la contempló con los ojos medio entornados. No era una belleza. Era una joven atractiva nada más. TenÃa unos ojos azules, muy grandes, bajo los cuales era fácil adivinar su temperamento emocional, nada pacÃfico, aunque ella pretendiera, con una suave sonrisa, dominarse. Él era buen conocedor del alma humana. SabÃa demasiadas cosas de mujeres.
TenÃa un pelo rubio de un rubio oscuro, abundante, sin ondas, peinado con sencillez hacia atrás, formando una melena cortita.