—Si no me gustara usted, jamás hubiese aceptado este trabajito. Voy a serle franco. No entiendo de decoración. Mi hermana tampoco, y Leonard sólo se preocupa de sus fábricas de plásticos. Si he venido aquà ha sido, sencilla y llanamente, por verla de nuevo.
—¿Debo agradecérselo?
—No. SerÃa ridÃculo por mi parte semejante tonterÃa. Además, no soy un niño caprichoso. Ni me entretengo en galantear a las chicas. Ni oculto mis deseos cuando son confesables, ni presumo de invulnerable.
—Se habrá enamorado usted un centenar de veces.
—Nunca. ¿No le parece raro, siendo, como usted presume que soy, un impresionable?