—¿Y si te llama mañana? —Claro que no me llamará.
Pero la llamó. Y a la otra y todas las mañanas de un mes. Las conversaciones que al principio fueron frÃvolas y sin sentido, se convirtieron de un dÃa para otro en una terrible necesidad para Beatriz y si un dÃa la llamada se retrasaba, se ponÃa de mal humor y se enfadaba con todos los que llamaban por teléfono y deseaban comunicación con aquella o esta oficina.
No dijo nada a sus padres, ni a su madrina, ni siquiera a César; pero vivÃa intranquila. En cada transeúnte veÃa al promotor de las llamadas misteriosas y llegó a ser una tremenda obsesión.