Bing mantenÃa sus dudas. Zoe, a su entender, era digna de amor. Más, no por ello, aquellos hombres habÃan de amarla, desinteresadamente. Zoe Bianchi tenÃa mucho dinero, demasiado dinero para esperar sólo amor en la vida.
¿Y a él qué diablos le importaba que fuera más o menos querida? Era su amiga, su vecina, y cuando pasaba junto a su casa le sonreÃa suavemente y le decÃa buenos dÃas o buenas tardes o buenas noches. Todo se reducÃa a eso. Él no podÃa pensar en una mujer como Zoe. No tenÃa dinero, vivÃa del producto de aquella pequeña granja, tenÃa dos criados, una cojera, un bastón y treinta años. La cosa no era consoladora, precisamente.