—Yo sabÃa que no tendrÃa lugar nuestra última entrevista en el tranvÃa, por eso seguà tus pasos. Vives en una casa muy hermosa, pero tu nido no tiene la belleza de tu cara, ni la vida que expresan tus ojos de fuego.
Volviéndose brusca. El hombre que habÃa pagado en el tranvÃa estaba allÃ, muy cerca de ella, mirándola con aquellos ojos burlones que la humillaban—Eres más bella de lo que pensé —dijo Ramón tranquilamente, sin inquietarse por la ira que expresaban las gemas negras—. ¡Cuidado que eres hermosa! ¿De dónde eres? ¿Qué buscas? Estoy por asegurar que necesitas un cicerone en estos Madriles de maravilla.
—Quédese, con sus Madriles y con ese parloteo estúpido que no entiendo.
—¡Ajajá! Tienes genio, caramba.
—Déjeme en paz.