—El caso es —dijo blandamente—, que tú no me gustas. Yo soy caprichosa. Buenas tardes, César.
La guerra silenciosa, pero evidente, estaba declarada entre ellos.
César fue a responder, pero ya Marcela, bonita, elegante, preciosa, se alejaba calle abajo, cimbreando el cuerpo con sabÃa coqueterÃa.
César, sin dejar de mirarla, se dirigió al Simca aparcado ante el portal.
Observó que los hombres se detenÃan para mirarla. Algunos cometÃan la osadÃa de inclinarse hacia ella para decirle un piropo. Marcela, muy ajena a todo, caminaba tranquilamente.
—Por lo visto —rezongó César—, es más cÃnica de lo que yo pensaba. Posiblemente me sirva un dÃa para un buen plan.