—Se necesita paciencia.
—¿Y qué quiere usted que aprenda un niño as�
—No intento que aprenda nada. Sólo que tenga compañÃa.
Celso se lo contaba a Manuel una hora después. Ambos sentados en sus respectivas camas, fumando y mirándose de hito en hito un tanto sorprendidos.
Porque si Manuel se sorprendÃa por lo que él le estaba contando, mucho más sorprendido se habÃa sentido él oyendo a la joven viudaÂ…
Además, al verla de pie saliendo de tras la mesa, se habÃa quedado boquiabierto. La chica era esbelta y delgada, muy proporcionada, eso sÃ. Con unas piernas largas y un talle espigado. Y eso que vestÃa un traje sastre poco favorecedor.
Es decir, con una austeridad impropia de su juventud.