Ella creyó que podrÃa amar a Gerald. No era posible. ¿Y por qué no lo era? Apretó los puños. Gerald era digno de ser amado. Lo era, sà lo era. Pero su pasión, aquella pasión que la asustó el dÃa que se casaron, fue disminuyendo poco a poco hasta convertirse en una pasiva ternura que ella nunca sabrÃa compartir.