—La riada no te permitirá pasar hasta aquÃ, Mitzi. QuÃtate de la ventana, vas a pillar una pulmonÃa.
La Joven no se movió. Se dirÃa que la habÃan clavado en aquel rincón, pegada al ventanuco desde el cual divisaba parte de la selva.
El viejo Euri levantó la venerable cabeza y fijó los cansados ojos en la esbelta silueta de la muchacha.
No muy alta, de breve talle, piernas rectas, bien formadasÂ… No veÃa su rostro en aquel instante, pero a Euri no le era preciso, para saber cómo era Mitzi. VeÃa su negra cabellera, larga, sedosa, cayendo como un manto en torno a la espalda.
VestÃa una, larga falda de paño oscuro exenta de estética y una blusa sin mangas, muy descotada, por donde se apreciaba su carne morena, joven, mórbida.