Mi querida Sibila: Ha transcurrido tanto tiempo desde que nos vimos por última vez, que quizá los dÃas luminosos de tu vida feliz, las noches de luna en compañÃa del hombre que amas y las horas inconscientes que transcurren en el hogar tranquilo y dichoso te hayan hecho olvidar a la pobre enferma.
Yo no te olvidé nunca. Me parece que aún te veo recostada sobre la blanca balaustrada de la terraza del balneario, con los ojos perdidos en aquel horizonte infinito y las manos caÃdas a lo largo del cuerpo. ParecÃas la imagen de la resignación y yo te envidiaba, porque dentro de mà no existÃa la conformidad que veÃa en tus ojos de miel. ¡Cuántas veces deseé aproximarme, saber lo que sentÃas y después derramar a tus pies toda mi confianza de enferma!