Ketty Pugh decÃa cuanto sentÃa, cuanto pensaba, y tanto sus pensamientos como sus sentimientos a veces resultaban de una crudeza escandalosa. Pero no asustaba a sus amigos. HacÃa dos años que trabajaba en ParÃs, que rondaba por los bulevares Saint-Germain y Saint-Michel, y conocÃa a todos los estudiantes de la Sorbona. Y éstos admiraban a la esbelta escultora, le enviaban ramos de flores, le invitaban a pasear por el Bois de Boulogne y más de una vez se habÃa ido con ellos al Museo del Louvre, en donde el espÃritu inquieto y artista de aquella muchacha de veintitrés años, escultora de profesión, con residencia temporal en ParÃs, habÃa admirado las joyas artÃsticas que se guardaban en aquel museo, uno de los más ricos del mundo.