Hubiera dado algo por poder retenerla, por decirle mil cosas agradables.
Pero lo cierto es que no podÃa.
Se le subÃa un nudo por la garganta, y era como si le sellaran la boca.
Dejó algunas luces encendidas, y se fue al despacho a recoger algunos libros.
Con ellos bajo el brazo, se encaminó hacia la escalera interior que le conducÃa a su apartamento.
Al llegar a él, suspiró, contrariado.
Debió decidirse, antes de que apareciera aquel novio.
Claro que fue de sopetón.
Cuando él se preparaba para decirle a Susan que la querÃa, que se casara con él, Susan le soltó lo del novio.