—Sobre eso no quiero hablar.
—Siempre dices lo mismo —rezongó Juan— y además estamos solos y nadie entra por esa puerta sin llamar. Asà que puedes tutearme.
—Le aseguro que no deseo una intimidad asÃ.
—¡Qué intimidad ni qué puñetas, Marta! Sabes bien lo que siento.
Claro que lo sabÃa. Pero también sabÃa lo que sentÃa ella.
Un año antes ni por la mente se le pasaba semejante cosa. Ahora, en cambio, era una inquietud constante. Para Juan Villar sin duda ella serÃa un entretenimiento. Para ella, Juan era un hombre.
Un año antes empezaba ella con Bernardo. Le querÃa o, por lo menos, le gustaba y se sentÃa a gusto a su lado. AhoraÂ…