TenÃa una boca preciosa, de largos labios jugosos, siempre húmedos, y unos dientes nÃtidos e iguales. En aquel momento los dientes mordieron los labios y una gota de sangre los coloreó.
—¿Sabes lo que eso significa?
—Creo..., creo que sÃ.
—Bien, pues si lo sabes ya no hay necesidad de explicártelo. Pero aun asÃ, para que no haya equÃvocos, voy a decÃrtelo. Sólo si me caso contigo permitirá que te quedes.
—¡Oh!
—¿Qué dices a eso, Kay? —se encontró diciendo casi a gritos, porque la pasividad femenina le herÃa.