—Buenos dÃas, Marta.
La contempló quietamente. Esbelta, fina, femenina cien por cien. ¿Vulgar? No, no tenÃa nada de vulgar. Para un hombre como Fernando, que se deslumbraba sólo con la luz de una vela, ver aquella esbelta y personal mujer carecÃa de encanto, pero para cualquier hombre sensato y viril, Marta era el ideal perfecto. Se mordió los labios. A él no le gustaba mucho ir allÃ, porque siempre pensaba igual, y sentÃa coraje porque Dios no debÃa dar tales tesoros a quien no sabÃa conservarlos. SÃ, él sentÃa una cosa especial ante la esposa de su amigo, y eso jamás quiso confesárselo ni ante sà mismo. Él era un hombre leal y pensar en traicionar a Fernando no cabÃa en su cerebro. Claro que aunque le diera cabida, Marta no era de las que pecan ni por despecho ni por placer.
—Buenos dÃas, Juan. Mucho has madrugado.