Pedro se despabiló y, como en aquel instante salÃa Marcela de casa levantando el cuello de su pelliza, se apresuró a salir sin despedirse siquiera de sus padres.
—A este —refunfuño el padre— se le olvidó el tren hace tiempo.
—Si dejaras al chico.
—Pero, Piedad, es que me revienta. ¿Acaso no la vio cuando tenÃa dieciséis años?
—Claro que sÃ. La vio toda la vida —decÃa la esposa defendiendo siempre a su hijo— pero en aquel entonces andaba demasiado liado con los estudios de aparejador.
—Eso es, hala, y cuando se percató, le birlaron a la chica.