Todo empezó de una forma bastante sencilla: uno de sus clientes había desaparecido, y Jay Corcoran acudió a investigar su suite del hotel Everest. Pero allí descubrió aquel balcón o garita adosado a la pared. No debería estar ahí, de hecho no estaba
, porque sólo Corcoran, con su visión especial que le permitía ver cosas que nadie más podía ver, era capaz de detectar su presencia. De modo que llamó a su amigo Tom Boone, que tenía otro poder especial, el de «doblar una esquina» cuando se hallaba en peligro, para que le abriera el camino hasta aquel fantasmal anexo. Y lo hicieron: en el momento mismo en que el hotel era dinamitado.
Así se inicia una fabulosa aventura a través del tiempo y del espacio: a Hopkins Acre, una propiedad arrebatada a su tiempo por un grupo de refugiados de un millón de años en el futuro y trasladada al siglo XVIII; al pleistoceno, sólo morado por lobos, bisontes y dientes de sable; a un lejano futuro, donde los hombres han adquirido la incorporeidad de manos de los infinitos, y donde los alienígenas recorren libremente toda la galaxia; y sobre todo a la Autopista de la Eternidad, un lugar que va de ninguna parte a ninguna parte, pero que sin embargo es el centro de todo