El cajero se puso rÃgido. Sus labios temblaron violentamente, en tanto que sus ojos se dilataban de una forma espantosa.
—No, no puede ser. Tú estás muerto. ¡Hijo! —gritó inesperadamente—. Dick, hijo mÃo. Tú estás muerto. Te enterramos hace más de cuatro semanas, Dick, ¿por qué has vuelto? Deja esa arma, tú estás muerto.
—¡Calla, viejo! —gritó el atracador.
—Hijo, siempre fuiste honrado.
La pistola-ametralladora escupió bruscamente una corta ráfaga. El cajero gritó, a la vez que caÃa hacia atrás.
—Estabas muerto. Te enterramos hace cuatro semanas. ¿Por qué tenÃas que volver, Dick?
Siguió llamando a su hijo, hasta que murió.