La muchacha estaba aterrada, aunque procuraba contener sus nervios. Dominarse, mantener la serenidad, era imperativo en aquellos crÃticos momentos. LlovÃa con fuerza. En las alturas, el viento silbaba lúgubremente. De cuando en cuando, un relámpago disipaba las tinieblas con su resplandor, durante un brevÃsimo perÃodo de tiempo. Entonces, Ilse Kranz podÃa ver el brillo de las turbulentas aguas del Schünersee a casi doscientos metros por debajo del lugar en que ella se encontraba. El viento arremolinaba los rubios cabellos de la muchacha. CentÃmetro a centÃmetro, Ilse se deslizaba por aquella angosta comisa, situada cerca de la base del castillo de Homnitz.