Scott despertó con un fuerte dolor de cabeza y la boca pastosa. «Ya no soy un jovencito», pensó. Se habÃa excedido en todo, incluso en la bebida que Thalia le habÃa prodigado largamente durante la noche. Al final, agotado, se habÃa quedado dormido como un tronco, aunque, de todas formas, habÃa merecido la pena.
Notó un bulto a su derecha. Thalia debÃa de estar aún dormida. La luz entraba por la ventana. HacÃa rato ya que habÃa amanecido.
Haciendo muecas y visajes, se sentó en la cama. Ella dormÃa aún y, cosa rara, estaba completamente cubierta por las sábanas. Hasta la cabeza tenÃa tapada.
Scott sonrió, olvidado por un momento de la sequedad de boca y del dolor de cabeza. Alargó la mano, asió el borde de las sábanas y tiró de golpe. Antes de vestirse, querÃa contemplar una vez más el esplendoroso cuerpo de Thalia.
Pero lo que habÃa allà no era precisamente el cuerpo de una hermosa mujer. La sonrisa se petrificó en la cara de Scott cuando vio el esqueleto que yacÃa en la cama a su lado.
Un hedor a muerte se expandió inmediatamente por la habitación. Horrorizado, Scott pudo apreciar que todavÃa habÃa hilachas de carne putrefacta adheridas a los huesos del esqueleto.