La multitud rodeaba la colina, en cuya cima habÃa un roble solitario, de una de cuyas ramas iba a ser colgado el reo. De pie sobre la carreta que le habÃa conducido al patÃbulo, Rittringham pidió hablar unas palabras antes de que se cumpliera la sentencia.
—¡Pueblo de East Valley! —gritó, con toda la fuerza de sus pulmones—. Muero inocente del crimen de que se me ha acusado. Pero no me vengaré de mis jueces ni de los ejecutores de la ley. Un dÃa volveré para vengarme del hombre que verdaderamente asesinó a Vince Corley; y no sólo me vengaré de él, sino de sus hijos y los hijos de sus hijos. ¡Maldito, maldito sea siempre el nombre deÂ…!
Rittringham no pudo pronunciar el nombre. Alguien habÃa arreado al caballo que tiraba del carro y el cuerpo del reo quedó suspendido en el aire.