De repente, se sintió lanzado a un profundÃsimo abismo y descendió con fantástica vertiginosidad, en una bramadora atmósfera, rodeado de nubes de espeso y pestilente vapor, de las que, con gran frecuencia, surgÃan abrasadoras lenguas de fuego. Luego, sin saber cómo, se encontró erguido, en una espaciosa habitación, en la que el brillo del pavimento quedaba apagado a veces por suaves hilachas de vapor que serpenteaban con lentas irregularidades.
CreÃa hallarse solo en la estancia, pero estaba equivocado.
HabÃa otro hombre
Aunque le vio sentado, le pareció muy alto, casi dos metros, delgado, aunque no esquelético y de rostro hasta cierto punto atractivo.Â