CUANDO iba a entrar en el dormitorio, Clarabelle Stacey creyó oÃr rumor de voces.
Clarabelle frunció el ceño. A esas horas, se dijo, nadie deberÃa estar en su dormitorio. Todo lo más, su esposo, echándose la siesta, pero no era precisamente la costumbre del señor Stacey. Intrigada, se preguntó quién podrÃa hallarse en la estancia.
Abrió ligeramente la puerta, sin hacer el menor ruido. A través de la rendija, divisó un espectáculo que la dejó sin respiración.
El señor Stacey, completamente desnudo, estaba encima de una mujer, también desnuda. La postura de ambos no ofrecÃa dudas.