---

Hay lecturas que durante su desarrollo te van dando pequeñas pistas sobre la relación que se va formando entre el lector y la obra. Y una de las señales que debí tomar en serio es aquella que me mostró que un libro de apenas ciento sesenta páginas me haya durado más de un mes a medio leer. La que muchos llaman la obra cumbre de Clarice Lispector es para mí un libro-pantano, un libro-palabra, un libro-torrente donde todo lo que se va diciendo suena a lo mismo, como el fluir del agua, pese a que cada palabra y cada gota sean distintas. En un principio sí que hay una historia, una protagonista a la que un simple hecho cotidiano le lleva a derramar todo el caudal de reflexiones que ocupa (y devora) a partir de ese momento la narración. Hay una continua despersonalización, una ansiedad por el silencio y la forma de las cosas. Una obsesión por lo neutro. Una amalgama de reflexiones que no siempre son accesibles para quien las lee. Pese a que hay algunos párrafos sublimes, pequeños destellos de genialidad, la mayoría de lo que se intenta expresar se pierde por el laberinto del lenguaje. En vez de causar curiosidad, lo que produce es tedio por no poder acceder a la semilla de la palabra. No sé si yo no he entendido el libro o es que directamente no era el momento para enfrentarme a él. Porque verdaderamente ha sido una lucha avanzar por sus páginas y de ahí mi tristeza. Tenía muchas esperanzas puestas en él porque el anterior que leí de la autora, aunque conserva bastante de ese estilo enrevesado y filosófico, sí que me convenció en su momento. Quizá esperaba de este libro una novela y no un estallido metafísico. Es curioso porque normalmente me encantan las lecturas que roen intensamente el pensamiento, pero sobre todo me gusta que ese pensamiento incorporado haga vibrar alguna de las estructuras rígidas del propio pensar. Para mí la palabra leída es un terremoto que sacude a la palabra pensada. Y, en esta ocasión, esa vibración ha causado más pérdidas que ganancias. Enlace: https://www.instagram.com/p/..

---

Publicada originalmente en Brasil, en 1964, esta obra fue rápidamente considerada como un clásico del siglo XX y una de las novelas más singulares de la autora, de origen ucraniano y judío. La misma Clarice Lispector especifica en la introducción que se trata de un libro para personas de alma ya formada. Y es que no es fácil su lectura. Impregnada de un gran lirismo, en La pasión según G.H., aparentemente no pasa nada y al mismo tiempo sucede todo. Bajo la forma de un largo monólogo interior se esconde una vertiginosa experiencia interior. G.H. son las iniciales de una escultora, la narradora-protagonista que se define así misma como mujer y perteneciente a una clase social acomodada. Vive en un ático y tras despedir a su asistenta doméstica decide entrar en su habitación para poner orden. Es allí donde se enfrentará con lo que más teme, lo que más le angustia, lo que más le repugna, la metáfora kafkiana de todos sus miedos, una cucaracha. La sencilla decisión de entrar en el cuarto de la sirvienta se convierte así en un viaje metafísico a través de la mirada, para acabar descubriendo que lo sublime ni es bello ni es horroroso. Es simplemente. Pero la mirada de Lispector sobre la cucaracha aunque es más persistente y vomitiva que la de Kafka es también más esperanzadora, pues descubrirá, asimismo, que la forma, la representación de las cosas (remitiéndose al mito platónico de la caverna), el arte, la belleza, el lenguaje, la tradición, la filosofía, la moral e incluso su identidad como ser humano, como mujer, como artista?, no son más que capas, como las capas que conforman a la misma cucaracha con la que acaba identificándose, capas superpuestas sobre la esencia del ser, de su auténtico ser. Enlace: https://maitemateos.wordpres..