Estos relatos esbozan el recorrido crudo y perturbador de la mirada de una mujer sobre la realidad que la circunda, una mirada que se detiene con una sinceridad descarnada, casi dolorosa, en los espacios y sentimientos que tantas veces se desdibujan —eso, si aparecen— en la literatura.
La patética sensualidad de una anciana; los recuerdos de infancia, revividos con una intensidad cegadora —hasta el extremo de que la propia autora suspende uno de los relatos para afirmar: «Ah, se está poniendo difÃcil escribir»—; la amistad, Las relaciones familiares; el irreversible paso del tiempo; las anécdotas de la vida cotidiana en las que no se suele detener la literatura que trata sobre la vida cotidianaÂ… todos los textos, breves, intensos, respiran la inmediatez de lo sentido a flor de piel, el aire inquietante de lo que está escrito desde una proximidad abrumadora, envolvente, que desnuda al lector ante el desvelamiento de una mirada que surge de la lucidez interior, esa lucidez que, en ocasiones, bordea la confesión.
«Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenÃa, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrÃ, leà unas lÃneas maravillosas, volvà a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingà no saber dónde habÃa guardado el libro, lo encontraba, lo abrÃa por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que se llama felicidad. Para mà la felicidad siempre habrÃa de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! VivÃa en el aireÂ… HabÃa en mà orgullo y temor. Yo era una reina delicada».