«Por cobardÃa sustituimos la sensación de nuestra nada por la sensación de la nada. Y es que la nada general apenas nos inquieta: vemos en ella demasiado a menudo una promesa, una ausencia fragmentaria, un callejón sin salida que se abre. Durante largo tiempo me obstiné en hallar a alguien que lo supiera todo sobre sà mismo y sobre los otros, un sabio-demonio, divinamente clarividente. Cada vez que creÃa haberlo encontrado, debÃa, tras un examen, cambiar de opinión: el nuevo elegido tenÃa todavÃa alguna mancha, algún punto negro, no sé qué recoveco de inconsciencia o de debilidad que le rebajaba al nivel de los humanos. PercibÃa yo en él huellas de deseo o de esperanza, o algún residuo de pesar. Su cinismo era manifiestamente incompleto. ¡Qué decepción!» (E. M. Cioran)