La mujer se irguió. DebÃa continuar huyendo, correr para escapar a aquello que habÃa tras sus pasos, y que ni siquiera sabÃa a ciencia cierta qué era, en realidad. Pero sà sabÃa que estaba allÃ, acechándola en la oscuridad, convertido en negrura.
Se apartó del tronco del pino, respirando con anhelo el gélido aire que dañaba su garganta.
Inesperadamente, vio los puntos de luz. Una extraña fosforescencia a corta distancia, entre los troncos. Dos ojos, tal vez. Ojos verdes, salvajes…
Su imaginación le sugirió cuerpos informes, horrorosos. Colmillos ensangrentados y garras capaces de despedazar su cuerpo estremecido…
De nuevo corrió, tropezando, cayendo y levantándose una y otra vez, sin poderse librar de lo que fuera, que seguÃa sus pasos.
SabÃa que no podrÃa escapar de aquel terror sin nombre. Ahora oÃa el extraño jadeo, brutal y quejumbroso, tras ella, en los ladosÂ…