ERA una verdadera rubia color de miel, y no creo que ni el esteticista más exigente hubiera podido encontrar el menor reparo en su anatomÃa. Por descontado, tenÃa unas piernas largas y de trazo suave y lleno, con unas caderas que seguramente daban las medidas justas del baremo con que deben medirse estas cosas, si es que existe ese condenado baremo. Su cintura era una filigrana tan breve que uno temÃa verla quebrarse de un momento a otro, sobre todo teniendo en cuenta el peso y las proporciones que habÃa más arriba, ampliándose deliciosamente con unos senos prietos, agresivos, que escarnecÃan todas las leyes de la gravedad. En aquellos momentos, sobre cada uno de ellos llevaba una hoja de alguna planta exótica, y que el diablo me lleve si supe cómo se sostenÃan. Más abajo, otra hoja semejante parecÃa perdida en aquel mar de piel dorada.