La sangre corrÃa como un torrente en torno al cuerpo. Barry Ferman se levantó tambaleándose, histérico de excitación. Del cuchillo goteaba sangre, y la habÃa también en sus manos y en los pantalones. La sangre que empapaba la tierra.
Se quedó mirando cómo ella seguÃa desangrándose, destrozada a acuchilladas. La horrenda expresión de su cara parecÃa fascinarle hasta el extremo de que perdió la noción del tiempo.
Entonces, no sabÃa cuánto tiempo después de su crimen, oyó el chirrido metálico, y volviéndose vio espantado cómo la reja que cerraba el panteón se abrÃa hacia afuera.
Boqueó ante aquello. Quiso huir y sus piernas siguieron clavadas allÃ, como sujeto por la fuerza colosal de un gigante.
Después, empezó el horror.