Abrà la puerta y entré. Dejándola abierta, quedé inmóvil, mirando lo que, hasta la noche de ese dÃa, era todavÃa mi oficina. ¿Quién vendrÃa a instalarse en ella cuando yo me hubiera ido? Todo seguÃa igual. Las revistas atrasadas sobre la mesilla de centro, las sillas esparcidas por la sala de espera, la mesa abierta por abajo para que los hipotéticos clientes pudieran admirar las rodillas de mi secretaria, SheilaÂ… ¿Qué estarÃa haciendo ella ahora, en su nuevo empleo?Sacudà la cabeza y dejé de pensar en todo esto. Atravesé la sala de espera y entré en lo que habÃa sido, o era todavÃa, mi oficina privada. Lo que habÃa venido a buscar estaba allÃ.