Nada es igual luego de una guerra: la fisonomía de las ciudades cambia, los pueblos cambian, la gente misma cambia.
Napoleón tiene la victoria prácticamente asegurada: poco le resta para conseguir el triunfo definitivo y posar su despótica mano sobre toda Europa. Las tropas aliadas, enfrentadas al ejército francés, planean, entonces, jugarse una última carta: el golpe final que los podrá coronar con el éxito o con la derrota absoluta.