Helena vive ¿su vida? No, en realidad no es suya, sino de su madre, que con una gran habilidad consigue manipularla a su antojo.
Solo hay una cosa en la que ella no ha conseguido lo que quería: que deje de trabajar en su floristería.
Y
es allí, a través del escaparate, donde su parte racional y
conservadora tambalea gracias a él: el chico misterioso que ve de vez en
cuando parado en la acera de enfrente.
El debate interno está servido... ¿Rompe «sus reglas» y da un salto al vacío, o sigue como hasta ahora sin arriesgarse a sentir?