«A menudo he hecho el amor para obligarme a escribir. QuerÃa encontrar en el cansancio, en el desamparo que le siguen, razones para no aguardar ya nada de la vida. TenÃa la esperanza de que el final de la expectativa más imperiosa, la del orgasmo, me hiciera sentir la certeza de que no habÃa goce superior al de la escritura de un libro. Quizá ese deseo de desencadenar la escritura del libro fue el que me condujo a llevar a A. a mi casa a tomar una copa después de cenar en un restaurante donde, por timidez, habÃa permanecido prácticamente mudo. Era casi treinta años más joven que yo».