Con la aparición de Las nubes por dentro son ya más de mil páginas las que se vienen publicando de este diario, cantidad que es por sà misma cosa insólita en la literatura española, algo que llenará de admiración y pasmo a los venideros siglos.
Mil páginas de acontecimientos, relatos, novelerÃas, fantasmas, aforismos, hipocondrÃas varias y un irreductible sentido del humor que nos hace demasiado humana tanta tristeza como corre por el mundo. Por ello mismo no se habrán visto mil páginas donde se celebre tanto la vida, donde se la contemple con más amor, piedad y discreción.
El autor de estas páginas se toma en serio lo imprescindible y habla de sà mismo lo mÃnimo, aunque parezca paradójico. Siempre encuentra un pretexto para hacerlo de otra cosa: ya se sabe que los diarios solo los llevan gentes insatisfechas y con alguna clase de problemas.
Las solapas de los libros resultan necesarias, en unos casos, porque son los primeros momentos de contacto con el lector que habrá de acompañar a un autor toda la vida; también porque, en otros, pueden ser los primeros y los últimos, y nada más satisfactorio que ver alejarse a alguien que remanga la nariz al vernos, como esos entendidos taurinos cuya frase predilecta es: «no me convence».
El autor de este que ahora estás leyendo ha dicho en alguna parle, y si no, deberÃa haberlo hecho, que sus diarios son una novela. En eso, naturalmente, hay poco de ilusionismo y de gitanerÃa. Ilusionismo, porque ser novela es mucho, es serlo todo casi, la unión ideal de la vida y la poesÃa en un vértice sutil; y la gitanerÃa, porque se ha dado cuenta que vivimos en un mundo en el que la novela lo es todo, y a todo se le llama novela, lo mismo a San Antón que a la PurÃsima Concepción, y que si no se es novelista, en la literatura del dÃa, se es un pobrete.
Y sin embargo algo, y aun mucho, de novelesco hay en estas páginas: la vida se reitera, los personajes se declaran, las noches se abren y se manifiestan los dÃas. Lo que hoy es misterio es mañana un acuerdo, los noes se vuelven sÃes, y todos, como en una de esas novelas ejemplares, se sientan al final, en buena armonÃa, para celebrar el nacimiento de una nueva jornada, que habremos de recorrer, la mayor parte, a solas.
Si no te has convencido, vete ya. No creo que este libro lo haga en cuatrocientas páginas. Si es lo contrario, si no es asÃ, aquà va declarado lo que en las otras solapas se decÃa del tÃtulo de esta obra:
«En las viejas casas habÃa siempre un Salón Chino, un Salón Pompeyano, un Salón de Baile, otro de retratos, cada uno empapelado o pintado de un color, con unos muebles apropiados y decoración idóneaÂ… En estos palacios españoles, un tanto vetustos y destartalados, habÃa también un salón que llamaban de Pasos Perdidos. La casa que no lo tenÃa no era una buena casa. Era el salón donde nadie se detenÃa, pero por donde se pasaba siempre que se querÃa ir a alguno de los otros. A mà me gustarÃa que estos libros se llamasen Salón de pasos perdidos. Libros en los que serÃa absurdo quedarse, pero sin los cuales no podrÃamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo».
A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo, lo llamamos vida.