En 2007, Andrés Felipe Solano decidió dejar de ser quien era, un periodista con un buen sueldo y la existencia aparentemente resuelta, para vivir durante seis meses bajo la falsa identidad de un obrero en la ciudad de MedellÃn, Colombia. Partió de Bogotá un dÃa de marzo con apenas tres mudas de ropa, champú, jabón y desodorante y, en MedellÃn, alquiló una habitación en un barrio popular con un pasado violento y empezó a trabajar en una fábrica textil. Las reglas eran rÃgidas: nadie podÃa saber cuál era su verdadera identidad ni lo que estaba haciendo, no podÃa recurrir a ayuda monetaria de ningún tipo, y debÃa subsistir sólo con lo que le pagaran, el salario mÃnimo de 484.500 pesos por mes. AsÃ, de un dÃa para otro, ingresó en un mundo en el que el dinero era tan escaso que, en ocasiones, tenÃa que decidir entre comprar hojas de afeitar o un remedio para la gripe porque no le alcanzaba para ambas cosas. Trabajó diez horas por dÃa de pie, sin más descanso que los quince minutos del almuerzo, ambicionando cosas tan simples e inalcanzables como un churro relleno o un viaje en taxi. Medio año después, cuando regresó a Bogotá, arrasado por esta experiencia en la que se habÃa embarcado sin más expectativa que la de contar una buena historia, era otra persona.