En la cara norte de la celda se abrÃa una única ventana, desprovista de cristales y protegida por gruesos barrotes. Aquella abertura podÃa ser su amiga o su peor enemiga, todo dependÃa de la estació en la que se encontraran. En aquellos dÃas de mayo se la sorteaban. Todos esperaban ansiosos su turno para pegar el rostro a los barrotes e inspirar, si el viento se mostraba generoso, el abanico de aromas con el que la primavera revestÃa el monte Ezkaba. Después, mirando al cielo, contemplaban con envidia el vuelo libre de las aves, y en ese frágil momento, casi milagrosamente, un eco lejano atravesaba el espacio colándose en aquel pequeño hueco y llenando su vacÃo con el recuerdo de otras primaveras. En ciertas ocasiones, los labios amados rompÃan la distancia para rozar ardientes la boca reseca del preso, y, en otras, incluso las risas llegaban hasta ellos, risas de hijos, de esposas, de padres, de hermanos, de amigos... risas que distraÃan al hambre que ocupaba sus cuerpos. “...
Tomando como base un capÃtulo de la historia de España cuidadosa y perversamente silenciado, la autora crea un universo de personajes y emociones que se entrecruzan con determinació para despertar de su largo sueño los nombres de las vÃctimas que la historia no puede olvidar.
El 22 de mayo de 1938, en plena guerra civil española, se produce en Navarra la mayor fuga carcelaria de la historia de Europa. Cientos de hombres huyen desesperados del Fuerte de San Cristóbal, una prisió enclavada en la entraña del monte Ezkaba, muy cerca de Pamplona.Â
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