El dÃa en que el jurado dictó su sentencia condenatoria contra «el Jovencito», la gran ciudad de Chicago respiró más tranquila y se sintió más feliz. La Sala de Justicia estaba abarrotada de público, de un público curioso y ávido de emociones, que dÃa tras dÃa esperaba el desenlace de aquel proceso trascendental, con cuyo epÃlogo pensaba poner fin a las actividades de uno de los criminales más peligrosos del siglo.