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La editorial Malpaso acaba de publicarlo de nuevo, con esa cuidada edición de todos sus libros ha elegido el color negro para portada y para los bordes de las páginas, un color tan negro como debió ser el alma de Leopoldo II, un personaje al que la historia inexplicablemente le ha perdonado hasta el punto de que la inmensa mayoría de la gente ignora que es un individuo a la altura de los peores genocidas de la historia. Bélgica llegó tarde a la conquista de territorios coloniales. Su obsesión por el Congo se explica porque Leopoldo II era un hombre muy ambicioso que había heredado la corona de Bélgica de su padre, al que habían hecho rey porque no encontraron nada mejor o nadie más que se prestará a asumir la corona de un pequeño país europeo, que contaba poco en el concierto internacional y con problemas internos entre flamencos y valones. Leopoldo II enseguida se percató de que al pastel colonial le quedaban pocas porciones y, contratando a otro hombre tan ambicioso como él, Henry Morton Stanley, el del Dr. Livingstone, fijó sus ojos en una inmensa región del África central sobre la que hasta el momento ninguna potencia había puesto interés. Leopoldo II era rey de los belgas y no precisaba notoriedad, tenía dinero pero había arriesgado y perdido mucho en los inicios de su aventura africana, para él era solo cuestión de dinero, en el caso de Stanley además de dinero ansiaba fama internacional y prestigio científico. Una combinación letal. Es increíble como el tal Leopoldo II consiguió un territorio virgen en exclusiva para él, que explotó de forma privada y con una crueldad que admiraría el mismísimo Atila, embaucando a las restantes potencias coloniales de entonces con un proyecto filantrópico que no existió más que sobre el papel. También hay que decir que el resto de naciones más que dejarse embaucar miraban por sus propios intereses y las siempre difíciles relaciones entre estados, buscando más el perjuicio ajeno que el beneficio propio, permitieron al rey de los belgas usurpar un territorio y lo que es peor llegar a tener poder absoluto sobre sus habitantes. Territorio que expolió durante años acumulando una inmensa fortuna personal hasta que las presiones internacionales le obligaron a ceder la colonia a Bélgica que la seguiría administrando durante cincuenta años, hasta la independencia del país, que por supuesto tampoco supuso el fin de los problemas de sus habitantes, pues cayeron en manos de otro sátrapa digno de aquel rey belga que nunca llegó a viajar al Congo.

Comentarios de lectores del libro El fantasma del rey Leopoldo