Cornelia Russell acababa de regresar a su casa, de planta baja y un piso, situada al pie mismo de la carretera. Se hallaba a unos seis kilómetros de la pequeña localidad de Monnorwing. Por aquellos lugares no habÃa más que niebla. Una niebla espesa, compacta, que parecÃa sugerir la idea de que algún fantasma podÃa estar deambulando por allÃ. Ninguno habÃa aparecido desde que la casa fue construida, desde que Cornelia Russell, sesenta años atrás, naciera allÃ. Desde luego que no. HabÃa nacido allÃ, y debÃa ser por lo que ella adoraba todo aquello, la casa, los inhóspitos alrededores, incluso aquella niebla que a menudo se arrastraba por el suelo como un tul de novia. Un tul furiosamente roto, rasgado, hecho jirones en un auténtico arrebato de cólera.