La oscuridad era intensa, cerrada. El cielo se hallaba encapotado. HabÃa empezado a llover.
La silueta del caserón se perdÃa entre aquellas intensas sombras, sobre la leve colina.
No habÃa iluminación en sus ventanas. En ninguna de ellas.
Todos sus ocupantes debÃan estar durmiendo, pues era ya más de medianoche. Por lo menos esto era lo más natural, sencillo y lógico de suponer.
Sin embargo, alguien en la casa estaba despierto.
Y acababa de salir de su dormitorio, con pasos medidos, sigilosos, para que no se oyeran.
Esta persona, tras permanecer unos instantes inmóvil, agudizando el oÃdo para asegurarse de que los demás reposaban en sus respectivas habitaciones, siguió adelante por el pasillo.
Al llegar a la escalera, la enfocó hacia arriba, hacia el ático. Lentamente, con prudencia, pero sabiendo bien adónde iba y por qué iba.
Fue directamente hacia el cuarto oscuroÂ…
Antes de entreabrir la puerta, vaciló, dudó. Pero no mucho. Sólo unos breves instantes.
Como si se lo hubiera estado pensando mejor.
Pero se lo tenÃa ya bien pensado.
No iba a volverse atrás.
DebÃa llevar a cabo lo que se llevaba en la cabeza.
Abrió la puerta, pues, y entró… Y allà dentro estuvo bastante rato. Tuvo que estarlo. No le quedó otro remedio. Iba a encontrar algo y debÃa dar con esa cosaÂ…